Existen dos tipos de personas a las que la categoría de ser humano se les queda grande. Uno son los abstemios que, como las meigas, haberlos haylos aunque nosotros vivamos al margen de su existencia. El otro tipo es el que desconoce su historia. Ningún componente de Motor Carrera corre peligro de entrar en esta clasificación porque somos de los que sabemos que la cerveza sin alcohol no es cerveza sino zumo y porque respetamos la Historia del equipo. A saber: hacer el ridículo el primer partido de la temporada.
Tradicionalistas como somos, hicimos nuestra segunda primera aparición en la Liga de Hortaleza 2015-2016 con más pena que vergüenza. La disposición táctica era pura retórica, preocupados como estábamos por averiguar qué coño era ese extraño objeto esférico de color amarillo que de vez en cuando se cruzaba en nuestro camino. Hay veces en que la salvación de un equipo está, precisamente, en su propia destrucción. En que Chocho falle, Fernandito grite, Víctor no tire a puerta o Marcos haga gol, como suele, pero al revés. El equipo necesita morir una vez al año para ser él mismo y lo suele hacer coincidir con el estreno liguero. No hay nada
más bello que cumplir aquello para lo que naciste: ser consciente, año a año, de la decrepitud de nuestro estado físico y responder con contundencia un rotundo “nos la suda”.
Algunos afirman que, además de todo esto, jugamos un partido de fútbol. Para ellos un pequeño guiño: todo se fue al carajo desde que nuestra trencilla ultramarina favorita tiró la moneda al aire. Ganamos el sorteo, lo único en lo que nos sonrió la suerte durante la hora siguiente. El rival decidió ser simétrico y endosarnos dos goles por tiempo, aunque bien es cierto que el segundo tanto fue obra del otrora Pichichi de Motor Carrera, Marcos, que comienza su lucha por repetir título con -1.
El verdadero espectáculo comenzó al abandonar el campo. Un tercer tiempo de cuatro horas y media. Ser fieles a la historia no es exclusivamente hacer el ridículo, sino beber. ¿Teníamos sed? Eso no es importante. Luis, Mar, Charlie y este nada humilde redactor resistieron los envites de la lluvia hasta que no les quedó más remedio que invitarnos a una ronda. Ahí es donde se adivina la grandeza, y no en la capacidad más o menos ortopédica de meter un balón en una portería. Eso lo hace cualquier enano argentino.
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